jueves, 22 de septiembre de 2011

Relaciones I

La lluvia no cesa, pero  a  él poco parece importarle. En sus narices  el mundo gira, avanza neutral y grisáceo, como una imagen detenida. Y aunque la gente circundante pasa, corre… nada lo desconocentra de su meta. Así camina, charco a charco; apretando su tesoro, su pecho ahora con sabor a rosa mullido, a flores de otoño mordiendo las ansias de un verano. Lleno de números. Coordendas y todas esas texturas poco conocidas y tan deseadas. De a ratos mira en su interior como confirmando que allí sigue,  entre su pecho y antebrazo, atrapada y a la vez resguardada de la tormenta.
Su agenda –la de ella- la  excusa que la traerá hacia él.

Todo estuvo planeado –como de costumbre-  desde un principio. El departamento, inigualable prolongación de su personalidad, las tantas charlas nocturnas compartiendo vivencias, compañía y ese maldito trabajo… cuan dificil fue el ingreso a ese puesto para lograr acercarse a contemplarla en aquellos metros cuadrados, ahora tan ajenos como lejanos.  
Una relación fecundada desde una irreal casualidad que él bien supo disfrazar.
Ella y él –escritorio de por medio- miradas evaporadas, silencios de distintos colores y misterios. Todo acabaría por fin y esos dos hombres que en realidad eran uno, hoy se fundirían impertinentes.
La confianza y suavidad del compañero y la despotricada locura del segundo con todas las promesas guardadas en su memoria como bolsillo; deudas contraídas que ella por inocente o inconciente habría confesado cumplir…
En la calle, la lluvia no deja de caer. Las llaves chillan entre sus ansiosas y húmedas manos, tiemblan de ansiedad frente al pestillo y cerradura, pero una vez adentro enciende las luces, toma la agenda y luego de recorrerla como un ciego degustando su mejor lectura, empuña el telefono con la total seguridad obtenida y respirando profundo; marca los ocho números necesarios para finalmente devolver –quizá-  aquella agenda a su dueña.

Imagen; fuente internet

martes, 20 de septiembre de 2011

Involuciones

Dos ratones contemplaban en una pecera a sus mascotas humanas  —¿ y  por qué no tienen boca ni oídos?  —dicen que primero dejaron de oirse y luego olvidaron como era hablar..
 
 

miércoles, 20 de julio de 2011

Contame un cuento. Oxígeno

Después de un viaje que pareció mas largo que siempre, llegamos al encuentro del oxígeno visual y mental por el que vinimos. El paisaje siempre fiel, nos recibió con sus celestes guardapolvos de mar y vaivenes de olas, surcando nuestros ojos de verde naturaleza y lagrimas de lluvia para curarnos de tanta rutina de cemento y trabajo. La apacible danza de las costas nos habló en su idioma de un pulso acelerado en las espaldas “casi” sin notarlo y debíamos abandonar en esos días de vacaciones. Así, permitimos respirarnos y bruñirnos por la tranquilidad del lugar como eslabones engranados. Fueron días de descubrimientos, los mismos de cada venida pero siempre sorprendente y disfrutable, masajes y mimos intangibles a nuestra limitada humanidad que necesitaba reinventarse; y aquí, sin relojes estrechos, sin tecnología, ni caras conocidas, fue reparador reencontrarnos. El diagnostico y sus resultados fueron acertados, a poco de llegar perdimos la noción del tiempo y los días. Descubrimos que sigue cayendo el atardecer sobre las fauces de algún paisaje en cuestión de instantes, estemos atentos o no, pero esta vez tomamos la precaución de inmortalizar esos momentos en nuestras mentes, visitamos playas, acantilados, lagunas, centros…
Colores que poco a poco fueron prendándose en nuestros cuerpos y fusionándose en nosotros para armonizar algunas sombras y ojeras, reivindicamos así, las arrugas de la risa con satisfacción, trepamos escaleras, pescamos, mezclamos actividades tan disímiles como juntar piñas, comprar calzados o mandarnos a hacer remeras personales.
Preparar nuestros cuerpos, fue un volver a descubrirse. La desnudez y despreocupación de torsos, muslos y extremidades ocultas, rápidamente estuvieron listas para sanarse de tanto invierno, acción que resulta siempre la antesala de comenzar a acariciarse con la mirada y acabar en las sábanas, las mismas que guardaran por siempre nuestros secretos, deseos y felices agotamientos, bordando placeres y lujurias al silencio de un niño que es mecido por alguna sabana nodriza que acuna encantada en cada luna los cansancios de arena y mar mientras vela al mismo tiempo por sus dulces sueños de almohada y plumón.
Todo se convirtió en placer eterno y diversión, acciones que formarán por siempre parte importante de nuestro arcòn de los recuerdos, donde una vez, dejamos de ser un poco cada uno, para formar un mejor nosotros.


jueves, 23 de junio de 2011

Combinaciones 1 - Conversaciones Ajenas

La otra zona

Solía elegir las horas de la noche para escribir y así lo hacía en cada luna; escribía y escribía hasta caer rendido de cansancio y con la llegada del sueño, podía oírse el clap del lápiz vencido en el suelo al final de cada jornada. Pero un día, más precisamente una noche y sin saber cómo sucedió; lápiz y sueño se mezclaron y juntos hallaron una puerta abierta, un lugar… un tiempo desconocido y una historia en la que lápiz encendido y sin permiso irrumpió desenfrenado describiendo incesantes pensamientos, historias y deseos ilimitados. Todo estaba allí…

Horas más tarde, cuando despertó el día, una ola de papeles lo aguardaba, resfregó sus manos y crispando nocturnas tazas de café unas con otras liberó el escritorio, vació el cenicero arrojando las colillas y cuando hubo lugar suficiente,  centro las hojas y se limito por un buen tiempo solo a contemplarlas, pero luego de un rato inerte, inducido por la curiosidad, se dispuso  a conocer eso anhelos y supuestas vivencias propias de aquel lugar, de ese país e historias pertenecientes a los sueños… 
Y fue grato, emocionante por momentos, durante horas vivió aquello, entonces con una sonrisa radiante, una vez concluida la lectura, decidió cerrar la puerta del día y dejar el lápiz de aquel lado… de la zona de los sueños y deseos dormidos y así sin más, fue feliz… un feliz lector, aunque nunca más escribió.