Solía elegir las horas de la noche para escribir y así lo hacía en cada luna; escribía y escribía hasta caer rendido de cansancio y con la llegada del sueño, podía oírse el clap del lápiz vencido en el suelo al final de cada jornada. Pero un día, más precisamente una noche y sin saber cómo sucedió; lápiz y sueño se mezclaron y juntos hallaron una puerta abierta, un lugar… un tiempo desconocido y una historia en la que lápiz encendido y sin permiso irrumpió desenfrenado describiendo incesantes pensamientos, historias y deseos ilimitados. Todo estaba allí…
Horas más tarde, cuando despertó el día, una ola de papeles lo aguardaba, resfregó sus manos y crispando nocturnas tazas de café unas con otras liberó el escritorio, vació el cenicero arrojando las colillas y cuando hubo lugar suficiente, centro las hojas y se limito por un buen tiempo solo a contemplarlas, pero luego de un rato inerte, inducido por la curiosidad, se dispuso a conocer eso anhelos y supuestas vivencias propias de aquel lugar, de ese país e historias pertenecientes a los sueños…
Y fue grato, emocionante por momentos, durante horas vivió aquello, entonces con una sonrisa radiante, una vez concluida la lectura, decidió cerrar la puerta del día y dejar el lápiz de aquel lado… de la zona de los sueños y deseos dormidos y así sin más, fue feliz… un feliz lector, aunque nunca más escribió.